
La experiencia de hambre en los últimos doce meses revela crisis alimentarias significativas afectando comunidades evangélicas latinoamericanas. En la categoría «Nunca» han faltado alimentos, Brasil lidera con 75.71%, seguido por Chile (74.38%), Uruguay (62.82%), Costa Rica (61.76%) y Argentina (57.14%). En el extremo opuesto, Venezuela (22.82%), Colombia (30.28%), Perú (31.12%) y Bolivia (35.89%) presentan los porcentajes más bajos de seguridad alimentaria completa. Esta distribución de más de 52 puntos porcentuales entre Brasil y Venezuela revela que mientras tres cuartos de evangélicos brasileños no experimentaron hambre, más de tres cuartos de venezolanos enfrentaron algún grado de inseguridad alimentaria, exponiendo crisis humanitaria dentro de comunidades evangélicas donde necesidad básica de alimento no está garantizada universalmente.
La experiencia de hambre encuentra resonancia bíblica en Mateo 25:35: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber». La inseguridad alimentaria que afecta a aproximadamente 45% de evangélicos latinoamericanos (sumando «algunas veces», «rara vez» y «seguido») representa llamado urgente a solidaridad cristiana práctica. Las iglesias evangélicas enfrentan el desafío de responder con compasión tangible mediante programas de alimentación, bancos de comida, ollas comunes y redes de apoyo mutual que aseguren que ningún hermano en Cristo carezca de alimento diario. La realidad de hambre dentro del cuerpo de Cristo contradice visiones idealizadas de comunidad cristiana y demanda acción concreta que encarne el evangelio mediante provisión material que acompañe proclamación espiritual.
Los países con mayor seguridad alimentaria revelan contextos donde mayorías evangélicas no experimentaron hambre recientemente. Brasil (75.71%), Chile (74.38%), Uruguay (62.82%) y Costa Rica (61.76%) presentan más de seis de cada diez evangélicos sin experiencias de insuficiencia alimentaria en los últimos doce meses. Argentina (57.14%), Paraguay (57.33%) y Guatemala (49.78%) también superan o se aproximan al 50%, indicando que aproximadamente la mitad no enfrentó hambre. Estos contextos representan mayor estabilidad alimentaria relativa, aunque porcentajes restantes (25-43%) experimentaron algún grado de hambre, recordando que incluso en países «exitosos», minorías significativas enfrentan inseguridad alimentaria que requiere respuesta pastoral y comunitaria efectiva.
La inseguridad alimentaria frecuente («Algunas veces») alcanza niveles alarmantes en Venezuela (38.97%), Colombia (36.24%), Bolivia (23.92%) y México (24.85%). Estos porcentajes indican que aproximadamente uno de cada cuatro a tres evangélicos en estos países experimentó hambre algunas veces en el último año, revelando vulnerabilidad alimentaria crónica donde períodos sin comida suficiente son experiencias comunes. Perú (24.48%), República Dominicana (22.78%) y El Salvador (21.48%) también superan el 21%, indicando que más de uno de cada cinco enfrentó hambre ocasionalmente. Uruguay (20.51%), Argentina (19.48%), Paraguay (19.33%) y Panama (18.62%) mantienen aproximadamente uno de cada cinco con hambre ocasional. Guatemala (14.54%), Brasil (13.25%) y Chile (6.61%) presentan los porcentajes más bajos de inseguridad alimentaria frecuente.
La inseguridad alimentaria severa («Seguido») expone evangélicos en hambre crónica. Honduras lidera dramáticamente con 17.76%, seguido por República Dominicana (16.73%), México (13.94%), El Salvador (12.28%) y Perú (11.20%). Estos porcentajes indican que aproximadamente uno de cada seis a diez evangélicos en estos países experimenta hambre frecuentemente, sugiriendo desnutrición crónica con consecuencias severas para salud física, desarrollo cognitivo infantil y capacidad laboral. Panama (10.99%), Venezuela (9.49%), Ecuador (8.52%) y Bolivia (8.13%) también superan el 8%, mientras Uruguay (6.41%), Guatemala (5.73%), Colombia (5.96%) y Paraguay (4.00%) mantienen niveles entre 4-6%. Argentina (3.90%), Costa Rica (3.41%), Brasil (2.21%) y Chile (1.65%) presentan los porcentajes más bajos de hambre frecuente, aunque aún representan decenas de miles de creyentes en situación alimentaria crítica.
El panorama de seguridad alimentaria evangélica latinoamericana revela que aproximadamente 55% experimenta algún grado de hambre anualmente, mientras solo 45% permanece completamente libre de inseguridad alimentaria. Brasil (75.71%) y Chile (74.38%) destacan como únicos países donde más de tres cuartos no experimentaron hambre, mientras Venezuela presenta el patrón más crítico con 77.18% experimentando hambre en algún grado (38.97% algunas veces + 28.72% rara vez + 9.49% seguido), revelando crisis humanitaria donde más de tres cuartos de evangélicos venezolanos enfrentaron insuficiencia alimentaria. Honduras (17.76%), República Dominicana (16.73%) y México (13.94%) lideran en hambre frecuente, indicando que más de uno de cada diez evangélicos en estos países sufre desnutrición crónica. La categoría «Rara vez» muestra que Perú (33.20%), Ecuador (36.77%) y Bolivia (32.06%) presentan aproximadamente un tercio con hambre ocasional, sumándose a segmentos con hambre más frecuente para crear mayorías en inseguridad alimentaria. Colombia presenta situación particularmente preocupante donde solo 30.28% nunca experimentó hambre, el segundo porcentaje más bajo después de Venezuela, indicando que aproximadamente siete de cada diez evangélicos colombianos enfrentaron hambre en algún grado. Las iglesias evangélicas enfrentan imperativos morales y misionales urgentes de responder a crisis alimentarias masivas dentro de sus comunidades mediante programas comprehensivos de seguridad alimentaria: bancos de comida congregacionales, ollas comunes semanales, huertos comunitarios, cooperativas de compra colectiva, capacitación en nutrición económica y redes de redistribución de alimentos que conecten congregaciones con recursos a familias necesitadas. La realidad de que millones de evangélicos latinoamericanos experimentan hambre regularmente contradice narrativas triunfalistas del evangelio de prosperidad y demanda teologías contextualizadas que dignifiquen a pobres, desafíen estructuras económicas injustas que perpetúan hambre en medio de abundancia, y movilicen solidaridad cristiana práctica que transforme profesiones verbales de amor fraternal en acción concreta asegurando que ningún hermano carezca de pan diario, cumpliendo así el mandato apostólico de recordar a los pobres como Pablo exhortó en Gálatas 2:10.
