
La tendencia predominante revela que la mayoría de evangélicos latinoamericanos no identifica el crimen organizado como el tipo de violencia más frecuente en sus entornos. Venezuela lidera con 90.77% respondiendo «No menciona», seguido por Argentina (90.91%) y El Salvador (89.65%). Chile registra 86.78% y Paraguay 86.67%. Sin embargo, países como Ecuador muestran mayor percepción de crimen organizado con solo 57.27% indicando «No menciona», mientras que México presenta 58.08% y Costa Rica 69.82%. Esta distribución sugiere que la percepción del crimen organizado como violencia predominante varía significativamente según contextos geográficos específicos.
La realidad del crimen organizado encuentra resonancia en Efesios 6:12: «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.» Los evangélicos comprenden que el crimen organizado representa estructuras de maldad sistémica que trascienden individuos específicos. Esta perspectiva espiritual los orienta a reconocer dimensiones tanto temporales como espirituales en la lucha contra organizaciones criminales que afectan sus comunidades.
La categoría «Menciona» presenta concentraciones alarmantes en ciertos países: Ecuador lidera con 42.73%, seguido por México (41.92%) y Costa Rica (30.18%). Colombia registra 28.90% y Brasil 26.73%. Esta tendencia indica que aproximadamente dos quintos o más de los evangélicos en estos países identifican el crimen organizado como la forma de violencia más frecuente en sus entornos. Los porcentajes elevados sugieren contextos de inseguridad donde organizaciones criminales han alcanzado niveles de control territorial y social que impactan profundamente la percepción comunitaria evangélica.
La distribución geográfica revela patrones preocupantes: los países andinos y centroamericanos como Ecuador (42.73%), México (41.92%) y Colombia (28.90%) muestran mayor percepción de crimen organizado, mientras que países del Cono Sur como Argentina (9.09%) y Venezuela (9.23%) registran porcentajes menores. Esta variabilidad regional sugiere que factores como rutas de narcotráfico, debilidad institucional y geografía estratégica influyen más en la experiencia del crimen organizado que características específicas de las comunidades evangélicas.
Las diferencias intrarregionales presentan contrastes notables: mientras Ecuador registra 42.73% mencionando crimen organizado, Perú presenta solo 24.48%. Similarmente, México muestra 41.92% mientras Costa Rica registra 30.18%. Estas disparidades entre países vecinos indican que políticas de seguridad, capacidades estatales y estrategias de combate al crimen organizado ejercen influencia determinante en la experiencia reportada por comunidades evangélicas, más que factores culturales o religiosos compartidos.
Los datos evidencian que la percepción del crimen organizado como violencia predominante afecta desigualmente a las comunidades evangélicas latinoamericanas, con países como Ecuador, México y Costa Rica mostrando preocupación crítica (sobre 30% mencionando), mientras que Argentina, Venezuela y El Salvador presentan menor incidencia percibida. Esta realidad desafía a las iglesias evangélicas en territorios más afectados a desarrollar ministerios específicos de protección comunitaria, prevención de reclutamiento juvenil y acompañamiento a familias impactadas por la violencia organizada. La variabilidad regional subraya la necesidad de estrategias pastorales diferenciadas que respondan a contextos específicos de inseguridad donde el crimen organizado representa amenaza estructural para el bienestar y la estabilidad de las comunidades evangélicas.